Hasta hace unas semanas era considerado el mejor lugar para vivir del mundo. Y sus habitantes, los más felices del planeta. Pero, arrasada por el terremoto de la crisis financiera, Islandia se ha convertido en un país en bancarrota, con una población en estado de 'shock' y unas autoridades balbuceantes. ¿Un anticipo de lo que les espera a otros países?
(fuente: ElPais.es)
JOHN CARLIN
Gente mayor que ha visto desaparecer sus ahorros de toda la vida; padres de familia incapaces de pagar sus deudas hipotecarias; jóvenes con estudios universitarios obligados a abandonar pisos recién comprados, sus sueños de prosperidad aniquilados: no es la excepción, es la nueva norma en Islandia, país cuya población, la más devastada por la actual crisis financiera mundial, se encuentra en estado de shock. "Como los sobrevivientes de un terremoto", se lamenta uno. "Nuestro 11 de septiembre", llora otro.
Dos mujeres presiden los bancos nacionalizados. Los valores femeninos emergen ahora como una esperanza de futuro
Islandia, una pequeña y desorbitada caricatura del crecimiento sin fin que parecía estar viviendo el mundo desarrollado, ofrece de repente una temible primicia de la debacle económica que amenaza con reproducirse en Europa, en Estados Unidos y en el resto de los países ricos. Sin reservas de moneda extranjera, con casi la totalidad de la banca nacionalizada, y el país declarado prácticamente "en bancarrota" por el primer ministro, el país está en el epicentro de un terremoto global cuyo impacto ni el más alocado cómplice del ataque a las Torres Gemelas se hubiera atrevido a imaginar.
El trauma -que se expresa con rabia, vergüenza, miedo- parte del choque entre la enorme autosatisfacción acumulada durante años de desaforado crecimiento y lo estrepitosa que ha sido la caída. Un informe de Naciones Unidas identificó a Islandia a principios de año como el mejor lugar del mundo para vivir. Un estudio académico publicado en importantes periódicos mundiales en 2006 afirmó que los islandeses eran la gente más feliz de la tierra. Hoy Islandia está a merced del Fondo Monetario Internacional, como si ocupara no el primer lugar, sino, como Sierra Leona, el último en la lista del Índice de Desarrollo Humano de la ONU. Como síntoma de la desesperación reinante, el Gobierno analiza la posibilidad de aceptar un préstamo gigantesco de Rusia, país cuya población, según el estudio académico de 2006, es la más infeliz del mundo.
Los criterios de desarrollo en los que se basó la ONU no consistían únicamente en el hecho de que este país de 300.000 habitantes, ubicado en uno de los ecosistemas más inhóspitos de la Tierra, había llegado a colocarse en el sexto lugar del mundo por su producto interior bruto per cápita. Cuando los islandeses se recuperen del susto recordarán que sus sistemas públicos de sanidad y educación no tienen parangón. Que el Estado contribuye de manera activa a que las madres tengan las mismas posibilidades de acceder al mercado laboral que los padres. Que Islandia es líder mundial en cuanto a energía limpia y renovable: el uso de agua caliente proveniente de las entrañas volcánicas de la isla nutre al país de electricidad. Que hay una cultura de lectura y de música que se encuentra en poquísimos lugares del planeta.
Pero los logros acumulados a lo largo de los mil años de presencia humana en la isla se ven ahora en riesgo debido a la exuberancia vikinga, que muchos habían identificado como el motor del milagro islandés, como el motivo por el cual el país pasó en medio siglo de ser el más pobre de Europa a uno de los más ricos, con desempleo cero. En mayo pasado, el propio presidente, Ólafur Ragnar Grímsson, se había jactado, en un discurso en Londres, de las ancestrales virtudes vikingas -la osadía masculina por excelencia de salir a conquistar el mundo en pequeños barcos de madera, sin miedo alguno- como motivo de "la superioridad empresarial" del islandés. Hace dos semanas, en plena caída libre de la economía, Grímsson fue operado del corazón, y el lunes pasado apareció en televisión pidiendo disculpas a la nación por haber hecho el ridículo ante el mundo. Los banqueros islandeses, la vanguardia vikinga, operaban en 20 países y habían comprado grandes empresas en Inglaterra y Dinamarca, sin excluir, como si fueran jeques árabes u oligarcas rusos, un equipo de fútbol londinense. Pero, al hacerlo, la deuda nacional se multiplicó; se rompieron los vínculos bancarios en los que se sustenta el sistema financiero mundial, y la burbuja islandesa explotó.
Los islandeses se debaten hoy entre echarle la culpa al Gobierno, por haber desregulado las leyes de manera tal que todo valía, o a los banqueros, cuya extravagancia era observada por el resto de los ciudadanos en las fiestas espontáneas que montaban en los bares de Reikiavik, la capital, donde consumían champán a 1.000 euros la botella como si fuera cerveza.
Thorir Bergsson es de los que se inclinan por culpar al Gobierno, y de los que espera que el Gobierno dé ahora con una solución a su apremiante, y absolutamente típico, dilema.
Bergsson, de 39 años, es cocinero en el que había sido hasta hace un mes un exitoso restaurante en el centro de Reikiavik. Ahora ha bajado la clientela en un 40%, han despedido a varios empleados y él mismo se plantea la posibilidad de aceptar una reducción de su salario. Su mujer es antropóloga y trabaja en el municipio de Reikiavik en el departamento de inmigrantes, un puesto de trabajo que pronto podría tener poca relevancia, ya que los inmigrantes -de los países bálticos principalmente- se están yendo, debido a que la moneda islandesa, el krona, está en caída libre y que de repente se plantea la seria posibilidad de que los propios islandeses empiecen a competir "por los trabajos de manos sucias", como dice Bergsson.
Pero esto no es lo peor. Lo peor es que Bergsson, sencillamente, no puede pagar su mensualidad hipotecaria, ni la del préstamo de su coche, sin que los cuatro niños que viven con él y su mujer pasen hambre. La pareja tiene dos hijos pequeños, pero cada uno cuenta además con un hijo adolescente de anteriores relaciones -situación que en Islandia no sólo es común, sino que se vive con entera naturalidad-. Entre los dos se ganaban muy bien la vida: lo que hace muy poco hubieran sido unos 8.500 euros al mes, o 850.000 kronas, y ahora son 6.000, con tendencia clara a bajar. Como muchos islandeses, optaron, aconsejados por el banco, por una hipoteca calculada en una mezcla de monedas extranjeras. La consecuencia ha sido que, si antes pagaban 160.000 kronas al mes por la casa, el banco les ha informado de que la próxima cuota será de 400.000. Por el coche tiene que pagar 60.000. "Si agregamos el 36% de impuestos que nos quitan de nuestros sueldos, nos quedamos prácticamente con nada", dice Bergsson. "Por eso pienso ir al banco y decirles que no vamos a pagar. Todo el mundo está en las mismas. El país entero está congelado, a la espera de algo".
Por ejemplo: que con las divisas que lleguen del FMI, de los rusos, o, como muchos desean, de los primos escandinavos (ya que todos temen las condiciones que podrían imponer los otros dos), el gobierno pueda montar un plan de rescate. "Hay otra cosa que prefiero ni pensar", dice Bergsson, que insiste en que está manteniendo la calma aunque sus ojos no oculten un aire de ansiedad que roza el dolor. "Mi casa, en la que había invertido tanta ilusión, además de dinero, pierde valor cada día que pasa. ¿Qué va a significar eso para mis ahorros cuando sea mayor?".
Bergsson reconoce, de todos modos, que hay "mucha gente" pasándolo peor que él. Por ejemplo, los 1.000 jóvenes empleados de banco -en muchos casos, la flor y nata del sistema universitario islandés, con masters y doctorados en el extranjero- que han sido despedidos este mes y que habían apostado por la buena vida con mucha más exuberancia crediticia que él. "Yo todavía puedo reconstruirme, pero los que más pena me dan son todos los mayores que han perdido sus ahorros".
Ha sido sorprendente ver la reticencia de los islandeses (Bergsson es un caso excepcional) a contar los dramas que están viviendo. Se demuestra en el hecho de que los periódicos islandeses casi no hayan publicado ninguna historia con nombre y apellidos sobre el impacto de la crisis en la calle. Es como si los periodistas entendieran que a los islandeses les da vergüenza mirarse en el espejo. Por eso, la mayoría de las historias que uno oye son de segunda mano.
Como el caso, también típico, del suegro del escritor Throstur Helgason, que se jubiló el viernes anterior al lunes en el que nacionalizaron su banco, el Glitnir. "Tiene 70 años. Fue ejecutivo de una gran empresa hidroeléctrica", cuenta Helgason. "A principios de año, el banco le convenció, a él y a muchos en su situación, para que pasara sus ahorros de toda la vida de una cuenta sólida que daba un interés del 14% a una que daba un 20%, y le aseguraron que, aunque en teoría tenía más riesgo, en la práctica era igual de segura. La solidez de la banca mundial era su garantía, le dijeron. Así que transfirió los fondos y, apenas 48 horas después de haber concluido su vida laboral, vio cómo todo el dinero acumulado a lo largo de su vida, para disfrutar de una feliz jubilación, había desaparecido del mapa".
Helgason, que tiene tres hijos pequeños, tiene la enorme suerte de haber terminado prácticamente de pagar su hipoteca. Pero tampoco se considera a salvo. Por un lado, porque su esposa, la directora del Festival de Cine Internacional Anual de Reikiavik, no sabe si la muestra se celebrará el año que viene, ya que el principal patrocinador es un banco islandés. Por otro, porque Helgason ha escrito tres libros que su editorial se había comprometido a publicar, pero ahora no posee el dinero para imprimir. Encima, dice Helgason, que es jefe de la sección de cultura de un diario islandés, hay indicios de que la mayor cadena de distribución de libros del país está a punto de quebrar, lo que arrastraría a la ruina a la principal editorial islandesa. "¡Y todo esto en un país en el que, hasta ahora, la gente ha comprado más libros que en cualquier otro!".
En cuanto a su tradición musical, el país ha sufrido otro duro golpe moral al anunciarse la cancelación de una gira de la orquesta sinfónica nacional programada en Japón este mes. "Los organizadores japoneses escribieron para decir que, dada la crisis que atravesaba Islandia, mejor que no vinieran", cuenta Helgason.
Una salida para los músicos -y los demás islandeses preparados para competir en el ámbito internacional, que son muchos- es emigrar. Este, precisamente, es el temor más grande de la docena de personas con las que EL PAÍS habló para este reportaje. "Si vamos a salir del lío, si vamos a reconstruir el país sobre bases más sólidas y duraderas, si vamos a dar el paso esencial de diversificar nuestra economía, lo que no debe ocurrir es una estampida de cerebros", argumenta Svafa Gronfeldt, rectora de la Universidad de Reikiavik. "Somos un pueblo de sobrevivientes por definición. El haber creado una buena vida aquí ha sido fruto de una tremenda imaginación y capacidad práctica. Nuestra gran ventaja hoy es que tenemos a gente joven altamente competitiva en el mercado mundial, que además se maneja a la perfección en inglés. Ahora, si se van...".
Thorir Bergsson no es un caso típico, porque es cocinero (aunque uno de los síntomas del éxito islandés ha sido la proliferación de excelentes restaurantes en la capital), pero sí refleja la actitud de mucha gente que comparte la opción de buscarse la vida en el extranjero. "No queremos irnos, aunque tanto mi mujer como yo sabemos que podríamos conseguir empleo fuera. Sin duda", dice. "Pero es que sería terrible que gente de mi generación abandonara el barco ahora. Aunque, claro, si el bienestar de nuestros hijos está en juego, nuestro idealismo no durará para siempre".
Dagur Eggertson, ex alcalde de Reikiavik y médico de profesión, asegura que el trauma que vive el país se multiplica, especialmente en el caso de gente mayor que ha perdido sus ahorros, ante la posibilidad de que "los mejores y los más listos" se vayan. "No sólo es que nos costaría muchísimo más levantarnos económicamente; es que éste es un país en el que las familias están muy unidas, quizá más unidas ahora que nunca, y el impacto emocional sería atroz. Conozco a un señor que trabaja para el Gobierno cuyos tres hijos -dos de ellos banqueros; el otro, ejecutivo de una empresa de telefonía- acaban de perder sus trabajos. Ve casi inevitable que emigren los tres".
Pero Eggertson comparte la opinión de Svafa Gronfeldt, la rectora de la universidad, de que Islandia puede dar una lección al mundo sobre cómo salir de la actual crisis. "Debemos reflexionar sobre la humillación que hemos sufrido, abandonar estos viejos valores vikingos y reemplazarlos por otros".
¿Qué otros? La respuesta la tienen Gronfeldt y otra media docena de mujeres entrevistadas por este periódico: "Con valores femeninos". Islandia es el país con el porcentaje más alto de mujeres con empleo. Pero, como dice Gronfeldt, hasta ahora casi todas se han quedado estancadas en el segundo o tercer nivel empresarial. "Las mujeres tienen la preparación y la habilidad, y esta crisis va a acelerar el movimiento hacia arriba".
Ya se ha comenzado a experimentar el fenómeno, y de manera fulminante. Los nuevos presidentes de los dos grandes bancos nacionalizados son, por primera vez, mujeres, lo que un ministro describió como un intento de implantar "una nueva cultura" en el mundo bancario y lo que provocó este titular del Financial Times: "Mujeres islandesas, a limpiar el desorden masculino".
"Sí", dice Halla Tomasdottir, "pero esta vez, después de limpiar, nos vamos a quedar". Tomasdottir ha aparecido como la portavoz de una nueva corriente a favor de que las mujeres ocupen puestos clave de liderazgo en la nueva Islandia, que se espera que emerja de las ruinas de la antigua. "Antes sólo remábamos; ahora vamos a decidir adónde vamos".
Tomasdottir posee, hoy más que nunca, los atributos de una gran capitana. Es la presidenta de Audur Capital, la única consultora financiera de Islandia cuyos clientes no sólo no han perdido dinero en la crisis, sino que han salido ganando. "Los últimos cuatro años he estado observando, incrédula, el modelo imperante de inversiones. Todo pensado a corto plazo, sin tomar en cuenta las consecuencias sociales; apostar todo a enormes ganancias sin evaluar seriamente los riesgos; un grotesco exceso en los incentivos a los individuos que lideran las inversiones, y, en general, una preponderancia desmesurada de testosterona en la toma de decisiones".
"Las mujeres islandesas y en todo el mundo son más prácticas que los hombres, tienen los pies más firmemente plantados en la tierra y estudian con más mesura las consecuencias de los riesgos que toman", dice Tomasdottir, que el martes pronunció un discurso sobre el tema -recibido con fervor- ante 100 de las mujeres más influyentes de Islandia.
"No es el fin del capitalismo, como algunos dicen", explica Tomasdottir. "Es el comienzo de un capitalismo mejorado, dirigido no por las mujeres solas, claro que no, sino guiado por un concepto más femenino de la vida". Eso consiste "en pensar más a largo plazo, trabajar más en equipo y tomar en cuenta no sólo las ganancias inmediatas de los inversores, sino valores más amplios, como el bienestar de la sociedad en su conjunto".
Tomasdottir, una mujer de una tremenda energía y extravagante buen humor, dice estar entusiasmada ante los retos que hay por delante. "Sorprenderemos al mundo, saldremos fortalecidos de todo esto, y el mundo imitará nuestro ejemplo. ¡Ya verá!".
Pero antes, y esto no lo niega ni ella, tendrán que pasar tres o cuatro años duros. Habrá desempleo por primera vez en Islandia, quizá por mucho tiempo; la moneda bajará antes de volver a subir; algunos de los "mejores" se irán para siempre, y los mayores se lamentarán de haber perdido la oportunidad de celebrar su largamente anticipado retiro. "La fiesta", como dice Throstur Helgason, "se acabó". "Les contaré a mis hijos las grandes borracheras con champán que montaban los jóvenes banqueros y no se lo creerán".
Cómo se ha llegado al desastre
Islandia ha tenido que nacionalizar dos de sus tres bancos más importantes, tiene una inflación del 15% y cuenta con una moneda, la corona, cuyo valor ha bajado el 60% en un año. ¿Cómo ha podido ocurrir? Los expertos lo atribuyen a varios factores. Uno de ellos es la política de su Banco Central, que había situado los tipos de interés incluso por encima del 15%. En una economía pequeña, como la islandesa, el dinero caro atraía a los especuladores, a la vez que animaba a las empresas del país y a los particulares a pedir préstamos en países con tipos más bajos. Con el derrumbe provocado por la crisis mundial, la rueda endeudamiento/inversión se ha parado. A finales de 2007, los activos bancarios equivalían al 800% del PIB islandés y se extendían a Reino Unido y los países bálticos, entre otros. Para salir de esta situación, Islandia cuenta con una reserva de divisas muy pequeña; y como nadie quiere una moneda nacional como la corona -en tiempo de crisis-, el Gobierno no puede organizar un plan de rescate y se ve obligado a pedir financiación urgente en el extranjero.
jueves, 26 de febrero de 2009
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2 comentarios:
Javikin: Ale! Tenemos que darle las gracias a BBVA y Santander de no estar como esos países!
Claro, ya voy corriendo a darle las gracias a Botín por haber cortado la financiación empresarial en seco y haber sido los principales causantes de muchos cierres y despidos.
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